sábado, 26 de marzo de 2011

Este año si




Las emociones se desbocaron en el mediodía del Rocío. Era el día del padre, pero en realidad fue el día de todos los cantos. Cantos a la felicidad, al cansancio, a la emoción, a las lágrimas, a las sonrisas, a la amistad… El canto a la alegría. A 54 kilómetros de allí, unas horas antes, aún de noche aunque ya sin la luna del apogeo, hubo otro canto: el canto a la ilusión. Porque los 71 deportistas que aguardaban impacientes a que el cohete atronase en el cielo de Coria desbordaban ilusión. La misma que desprendían los ciclistas y el resto de voluntarios. Y el amigo Oli y su gente sirviendo café y tostadas a granel. Ilusión desmedida. O quizá muy bien medida. Estábamos todos allí.


Lo mismo hicieron 61 personas más: correr. A las siete y poco de la mañana sonó el cohete, justo después de que el omnipresente Oli pronunciase su habitual discurso de bienvenida, en el que lanzó un “viva las papas con carne” y ‘olvidó’ mencionar al Patronato de Deportes con el concejal Emilio Osuna allí presente, sin cuya colaboración no se hubiese podido conseguir esta aventura. Pecado venial, perdonable y perdonado. Y allá que fue el omnipresente y también se puso a correr: avenida de Andalucía, de Blas Infante, Blanca Paloma y… al camino. La plaza quedó casi vacía. Quedaron a la espera del autobús los nueve corredores que ‘sólo’ hacían la travesía desde Villamanrique. 24 kilómetros: los ocho más feos y los 16 más bonitos y también más duros.


El sol iba viniéndose arriba a medida que los corredores avanzaban buscando el Quema. Puntos importantes del camino quedaban atrás: San Diego, Juliana, Lópaz, pinares de Aznalcázar… Los voluntarios de la Hermandad de Coria, ¡qué Hermandad, Dios mío!, ofrecían vituallas, los ciclistas guiaban en los cruces y los corredores seguían corriendo, sufriendo cada uno a su ritmo. La cabeza de la carrera recorría las calles de Villamanrique, kilómetro 29, apenas dos horas después de abandonar el Guadalquivir. Después venía el asfalto, Hato Blanco y la Raya Real. Detrás la gente sufría. Como el corredor y organizador Pedro Mesa, uno de los artífices del milagro que es la travesía, quien se veía frenado por los mismos problemas físicos que el año anterior.


La travesía era un continuo discurrir de corianos, sí, pero también de lentos, jartibles, palaciegos, deportemaníacos, cigarreros, maireneros, nazarenos, cameros, zafreños y hasta un valenciano, bombero jubilado que fue olímpico en Múnich’72 con el equipo español de piragüismo. Y también tres corianas: Josefita, una crack en la organización que tampoco quería perderse la carrera y que lamentablemente se tuvo que retirar en el treintaitantos; Mónika, primera mujer que termina la travesía completa; y Margarita, quien por lesión sólo pudo hacer media travesía andando. Cada uno con una historia, su historia, su carrera… Gestas individuales que conformaron una jornada única que pasará a los anales: Este año si, después de varios años con distintos impedimentos, la Travesía cruzaba la Raya Real.


La Raya Real. Inmenso arenal que se afronta con casi 40 kilómetros en las piernas. 16 kilómetros de arena, agua y sol. Soledad aplastante. Agua por las rodillas. Verde de los pinos. Vehículo atrapado, con médico, masajista y comisario de carrera en el interior. El puente del Ajolí se hace de rogar, mientras hileras de caballistas se adentran en las arenas y algún que otro turista hace fotos del lugar. Las casas de la aldea se adivinan a lo lejos y el cuerpo se viene arriba. Euforia en la mente que tiene reacción inmediata en el corazón. Ya estamos ahí. Los primeros, que han tardado algo más de cuatro horas en llegar, ya se han duchado, ya toman cerveza y ya comentan la jornada con el presi y el vicepresi, a pie de obra con el crono en la línea de meta. Los que llegan ahora se emocionan: ríen o lloran o se abrazan. Quienes vienen atrás siguen sufriendo. Hasta que llegan. Porque todos llegan. Y todos se emocionan. En El Rocío esperan hijos, esposas, también esposos. Y las papas con carne. Gracias, Modesto. Gracias, Hermandad de Coria. Bello canto a la alegría.


Y al final, flores a la Virgen, parabienes a quienes trabajaron a deshoras, felicitaciones porque todo acabó sin incidencias de consideración y vuelta a casa, un regreso en el que muchos ya pensaban en la próxima travesía. Pero esa será otra historia.

1 comentario:

Manuel Olmo dijo...

De nuevo Felicidades,
disfruté mucho en la carrera y la organización excelente.

Saludos
Manuel Olmo